dissabte, 10 d’abril del 2010

Costumbres

Y los días empezaban por la tarde unas cuatro veces a la semana.
Ella contemplaba la puesta de sol desde su habitación, que ya no era tan blanca, con aliento a cerveza y olor a humo en el pelo. El sol se escondía a disgusto detrás de esas persianas que no conseguían frenar su luz. Por suerte, ya se acostumbró a dormir con el albor habitual de las ocho de la mañana. Y si tanta suerte, intentaba desacostumbrarse a su recuerdo, pero a menudo al cerrar los ojos veía de nuevo sus manos, sentía otra vez sus ojos, tocaba su voz, oía su aliento…